“El propio amo de esto es el Orinoco. Nosotros somos los que le quitamos tierra a él pa’ nosotros trabajar”. Son éstas, palabras de Jesús Ojeda, uno de los hombres y mujeres que llevan toda la vida sembrando en las tierras que el “Padre río” les da y les quita.

31 ene 2010

Levantar la casa año tras año



Todo lo que tumba el río a su paso, todo lo que hace más llevadero el día a día en la vega, todo lo vuelve a levantar con mucho brío, año tras año, Carmen Molina.

Carmen Molina es el complemento de Jesús Ojeda, tanto que la considera como igual a él, “porque cuando yo pienso una cosa –comenta el productor– ella también ya tiene lo mismo, porque no ve que somos nacidos en esto, pues”.

“Esa doña”, como le dice su esposo, proviene de padres dedicados a cultivar en predios del Orinoco. Distribuye el tiempo entre la preparación de la comida y la atención al algodonal y a otros sembradíos que en menor proporción: patilla, frijoles, auyama, melón y maíz, le permiten reforzar la alimentación familiar.

Lo que hace, lo ilustra de esta manera: “Cocinar y coger algodón. Sí, yo recojo algodón también, como no, y siembro también, recoger frijol, sembrar, todo. Anteayer recogí un viaje de auyamas por ahí, por allá las tengo amontonadas pa´ mandarlas pal pueblo el domingo. Lo que pasa es que todavía no las he traído pa´ acá, pero ayer salí pa´ allá y despegué. Tengo unas arrumadas por ahí. Bueno, también se vende la auyama”.

Su corpulencia la hace resistente a las asperezas del trabajo. Puede ufanarse de decir que la mayoría de sus diez hijos nacieron en la vega, con la ayuda en ocasiones de una partera o de su esposo.

En cualquier momento del día desciende por el barranco sin ninguna dificultad y camina bajo el sol abrasador por el extenso trayecto de la playa hasta la orilla del río, en busca de agua para solventar las tareas domésticas pendientes, como fregar platos y peroles. Regresa sudorosa con un tobo lleno montado en la cabeza.

Carmen, a diferencia de otras mujeres que trabajan en las costas del Orinoco, dice que no puede estar en la vega sin una cocina techada: “Ah, esto es por el sol y por una lluvia, verdad, porque si llega a venir una lluvia entonces no podemos hacer nada en la cocina, todo eso lo moja el agua, pero así también es bueno y no sería ni tan bueno porque la brisa tampoco deja”.

“Sí señor, tenemos años en esto –añade–, en esas vegas. Nosotros invernamos en el pueblo, en el barrio Centurión, en Caicara del Orinoco y de verano pa´ acá, pa´ las vegas, porque nos encanta mucho la vega. Ahorita en el verano está una parte allá porque la casa no puede quedar sola, tiene que haber alguien ahí. Está la muchacha y el hijo allá, como tengo un niño estudiando también. Estos también están estudiando, pero el otro no hombre, tiene una carrera en ese estudio que no le dan ganas ni de venir pa′ acá. Ese es estudiando y estudiando. Bueno, y de invierno sí nos reunimos todos”.

En cuanto al verano, precisa que en octubre ya están mudados a la vega y comienzan a armar todo lo que necesitarán durante el periodo de siembra y cosecha. “Por lo menos en lo que verdad, se llega bajadas de aguas, nos venimos y entonces comenzamos a hacer casa, porque aquí no queda nada armado, eso lo tumba el río, todo lo que queda aquí”.

“La casa” que levanta anualmente con la ayuda de sus hijos y su pareja, consiste en un espacio de cinc, madera y plásticos, en el que padres e hijos pasan las noches, en sus respectivos chinchorros, arrullados por el inclemente viento que recorre El Brisote.

El resto de la morada es el lugar preferido de Carmen Molina: la cocina. En ella tiene el fogón de leña del que brotan los diferentes platos: blandos y suculentos frijoles rojos, arroz, pescado frito, chigüire, café recién colado, dulce de auyama, cachapas. De la cocina también emana toda la fuerza de esta mujer que es esposa, madre, abuela y sobre todo, una gran veguera.

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